Apolo, gran cazador, quiso matar a la temible
serpiente Pitón que se escondía en el monte Párnaso. Habiéndola herido con sus
flechas, la siguió, moribunda, en su huída hacía el templo de Delfos. Allí
acabó con ella mediante varios disparos de sus flechas. Delfos era un lugar sagrado donde se
pronunciaban los oráculos de la Madre Tierra. Hasta los dioses consultaban el
oráculo y se sintieron ofendidos de que allí se hubiera cometido un asesinato.
Querían que Apolo reparase de algún modo lo que había hecho, pero Apolo reclamó
Delfos para sí. Se apoderó del oráculo y fundo unos juegos anuales que debían
celebrarse en un gran anfiteatro, en la colina que había junto al templo. Orgulloso Apolo de la victoria conseguida
sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros por llevar arco y
flechas siendo tan niño: - ¿Qué haces,
joven afeminado -le dijo-, con esas armas? Sólo mis hombros son dignos de
llevarlas. Acabo de matar a la serpiente Pitón, cuyo enorme cuerpo cubría
muchas yugadas de tierra. Confórmate con que tus flechas hieran a gente
enamoradiza y no quieras competir conmigo.
Irritado, Eros se vengó disparándole una flecha, que le hizo enamorarse
locamente de la ninfa Daphne, hija de la Tierra y del río Ladón o del río
tesalio Peneo, mientras a ésta le disparó otra flecha que le hizo odiar el amor
y especialmente el de Apolo. Apolo la
persiguió y cuando iba a darle alcance, Daphne pidió ayuda a su padre, el río,
el cual la transformó en laurel. En otras versiones, Daphne pide ayuda a su
madre Gea. La metamorfosis de Daphne ha sido magistralmente descrita por
Ovidio: "Apenas había concluido la
súplica, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus entrañas se cubren de
una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los brazos en ramas,
los pies, que eran antes tan ligeros, se transforman en retorcidas raíces,
ocupa finalmente el rostro la altura y sólo queda en ella la belleza". Este nuevo árbol es, no obstante, el objeto
del amor de Apolo, y puesta su mano derecha en el tronco, advierte que aún
palpita el corazón de su amada dentro de la nueva corteza, y abrazando las
ramas como miembros de su cariño, besa aquél árbol que parece rechazar sus besos.
Por último le dice: - Pues veo que ya
no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi deidad. Mis
cabellos, mi lira y aljaba se adornarán de laureles. Tú ceñirás las sienes de
los alegres capitanes cuando el alborozo publique su triunfo y suban al
capitolio con los despojos que hayan ganado a sus enemigos. Serás fidelísima
guardia de las puertas de los emperadores, cubriendo con tus ramas la encina
que está en medio, y así como mis cabellos se conservan en su estado juvenil,
tus hojas permanecerán siempre verdes.
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