Los Griegos creían firmemente en el poder de
los adivinos para anticipar el futuro. En lugar en el que se efectuaban las
profecías se llamaba oráculo. A uno de ellos, se dirigió la azulada ninfa
Liríope para conocer el destino que le aguardaba a su niño recién nacido,
Narciso.
-''Vivirá hasta muy viejo, siempre y cuando no
se conozca a sí mismo''-vaticinó el oráculo.
En realidad, las predicciones siempre se
formulaban de manera tan oscura que, generalmente, nadie las comprendía hasta
el momento en que se cumplían.
Narciso creció y se convirtió en un
hermosísimo joven. Su cuerpo vigoroso, sus mejillas rozagantes, y delicada
piel, llamaron la atención de muchas jóvenes, que le manifestaron su amor. Pero
Narciso no escuchó a ninguna. Sentía un profundo desprecio por todas ellas y
las hacía objeto de crueles burlas.
Un día, mientras cazaba por el bosque, oyó los
pasos de alguien que lo seguía. Se trataba de la ninfa Eco, quien, al verlo, se
había sentido cautivada por la belleza del joven cazador.
Eco
había sido una ninfa parlanchina que entretenía a todos con su conversación.
Pero cierta vez en que Zeus se encontraba divirtiéndose en una reunión con las
Ninfas, se presentó de improviso Hera, su celosísima esposa.
Antes
de que la diosa pudiera reaccionar, Eco se puso delante de ella y habló y habló
y habló hasta marearla, para posibilitar la huida de sus compañeras. Cuando la
diosa comprendió el engaño, la maldijo:
-Eco, ya no volverás a hablar la primera.
Desde hoy estarás condenada a repetir lo que otros digan.
Y así fue como la pobre ninfa no pudo iniciar
conversación alguna. Por esta causa, seguía por el bosque a Narciso sin poder
hablarle del amor que había despertado en ella.
Narciso preguntó intrigado:
-¿Hay alguien aquí?
-¡Aquí! -respondió Eco con alegría.
-No te escondas. Acércate...
-¡Acércate!
-Quiero que estemos juntos -continuó Narciso.
-¡Estemos juntos! -repitió Eco, y salió de
entre el follaje con los brazos extendidos para abrazarlo.
Sin embargo, apenas la vio, el soberbio joven
retrocedió y se burló sin piedad:
-¡Prefiero morirme a besarte!
-¡Besarte!¡Besarte! -rogaba Eco, pero Narciso
ya se había marchado.
La despreciada ninfa se retiró a vivir sola en
las cuevas de las montañas. Dejó de comer y de beber, consumida por la
tristeza. Su cuerpo finalmente desapareció y de ella solo quedó su voz, que
sigue repitiendo cuando le dicen.
Por su parte, Narciso continuó desdeñando a
todas las jóvenes que sucumbían de amor por él. Hubo una que, enfurecida por el
trato que había recibido, invocó a Némesis, la diosa de la venganza. Y la diosa
la escuchó.
Había
en el bosque una fuente escondida de aguas tranquilas y transparentes, donde no
caían las hojas de los árboles ni se acercaban a beber los animales. Hacia ella
guió Némesis a Narciso, un día que cazaba en las cercanías.
El joven se sintió agotado y se recostó junto
a la fuente, cautivado por la tranquilidad del lugar. Quiso saciar su sed en
las aguas cristalinas y,al inclinarse, vio reflejada en ellas,su propia imagen.
Creyendo que se trataba del espíritu de la fuente, en ese mismo instante, se
enamoró de la belleza que contemplaba.
¡Cuántas veces acercó sus labios al agua para
besar la imagen!
Pero, una y otra vez, ésta se desvanecía en
ondas concéntricas, y lo mismo ocurría cuando intentaba abrazarla.
Pasaron días y días, y el amor lo retenía
junto a la fuente. Sus rozadas mejillas se volvieron amarillentas, su cuerpo
fue perdiendo el vigor.
-¡Sal del agua! -suspiraba Narciso-.No te
comprendo. Me sonríes cuando te sonrío. Contestas a mis palabras con otras que
no puedo oír. Correspondes a mis brazos, pero no puedo tocarte... Abandona la
fuente para que podamos estar juntos.
Así languidecía junto al agua que le servía de
espejo. Finalmente, aunque ya muy tarde, comprendió lo que ocurría
-¡Es que soy yo! Es mi imagen la que veo en el
agua. ¡Amo a un imposible! ¿Cómo voy a apartarme de mi propio cuerpo para que
mi amor sea posible? Y tampoco puedo curar este dolor que me quita la vida.
Era tan penoso su estado que hasta la ninfa
Eco, quien tanto había sufrido por él, se condolió y contestaba presta a sus
quejas. ''¡Ay!'', se lamentaba Narciso. ''¡Ay! ¡Ay!'', repetía Eco,
acompañándolo en su triste final.
Al tiempo, murió el joven que a tantas mujeres
había hecho sufrir.
Su madre, ahora comprendía cuánta verdad
encerraban las oscuras palabras del oráculo. Sus hermanas las Ninfas fueron a
buscar el cuerpo del joven, pero no pudieron hallarlo. Algunos dice que se ahogó al querer abrazar su propia imagen.
En el lugar donde había yacido el joven, nació
una hermosa flor amarilla, a la que llamaron, en su honor, Narciso.
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