Los Bestiarios Fantásticos

Fragmento de Textos, análisis, vida académica, libros, artículos, viajes, datos personales… y más - Por Lauro Zavala    

El estudio de los bestiarios, como una forma especial de ciclos de minificción, requiere un tratamiento por separado, pues su especificidad genérica en la tradición hispanoamericana es de naturaleza opuesta a la tradición europea.
En efecto: en la milenaria tradición europea se bestializan los rasgos humanos en un proceso de degradación moral que ha producido vampiros, gárgolas, duendes, homúnculos y hombres-lobo. En cambio, la tradición hispanoamericana de los bestiarios surgió cuando los informantes de los cronistas de Indias (entre ellos, Gonzalo Fernández de Oviedo y muchos otros) describían la fauna y la flora del Nuevo Mundo con una mirada asombrada, proyectando rasgos humanos sobre los fenómenos naturales.
Es así como encontramos dos grandes tendencias en la tradición de los bestiarios hispanoamericanos, ambas de carácter antropomórfica. La primera de ellas hunde sus raíces en las tradiciones precolombinas, especialmente mesoamericanas, y produce bestias sagradas y ominosas, debido a su íntima proximidad con la muerte. Esta tradición fue incorporando poco a poco, a lo largo de la Colonia, una rica iconografía apocalíptica y extemporáneamente milenarista, revitalizada en los últimos años del siglo XX por la generación de los narradores más jóvenes.
La otra tradición es más moderna y se ha desarrollado especialmente a partir de la década de 1950, produciendo bestias alegóricas, a veces paródicas, en ocasiones hiperbólicas o incluso descritas en un estilo poético. En esta tradición los bestiarios llegan a emplear el sentido del humor y la ironía al señalar la naturaleza paradójica de seres que, sin ser completamente humanos, exhiben a la manera de fábulas sin moraleja las contradicciones de la condición humana.
Mencionemos una docena de los bestiarios imprescindibles en la tradición hispanoamericana publicados durante la segunda mitad del siglo XX para ilustrar la existencia de ambas tradiciones. Los principales textos de la zoología fantástica se inician precisamente con el Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero (Argentina, 1954). Pocos años después Juan José Arreola escribe su Bestiario, que es una de las cumbres de poema en prosa escrito en nuestra lengua (México, 1959). Y en la tradición propiamente poética se inscribe el Álbum de zoología de José Emilio Pacheco (México, 1985). También en México se publicó la serie cuentística del Bestiario doméstico de Brianda Domecq, aunque éste no está formado por minificciones.
En la provincia mexicana se han hecho algunas aportaciones interesantes a la tradición de los bestiarios de minificciones, como El recinto de animalia de Rafael Junquera (Xalapa, 1999), mientras en Toluca se publicó un apócrifo Bestiario de Indias (acompañado poco después por un Herbario de Indias) firmados por el Muy Reverendo Fray Rodrigo de Macuspana, que es el seudónimo utilizado por su recopilador, el investigador universitario Marco Antonio de Urdapilleta (UAEM, 1995). Y en Guadalajara, el investigador Raúl Aceves escribió un Diccionario de bestias mágicas y seres sobrenaturales de América (Universidad de Guadalajara, 1995).


En cuanto a la tradición de las parábolas irónicas, en 1951 se publica el conocido Bestiario de Julio Cortázar, si bien ya está más emparentado con el Bestiario de Franz Kafka que con las Crónicas de Indias, y está formado por cuentos de extensión convencional. En 1969 se publica La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso (nacido en Honduras, de nacionalidad guatemalteco y radicado en México). Y en Chile se publica el Bestiario urbano de Ricardo Cantalapiedra (FCE, 1989).
En México contamos también con escritores en esta tradición, empezando con René Avilés Fabila, conocido por sus minicrónicas de la estupidez humana en sus alegorías de Los animales prodigiosos (1989). Poco después, el poblano Pedro Ángel Palou publica sus parodias tiernas y sarcásticas en Amores enormes (1991). Y en 1999, Ediciones El Ermitaño publicó dos colecciones simultáneas: los minipoemas del Bichario (1999) del uruguayo Saúl Ibargoyen, avecindado en México desde hace muchos años, y un volumen colectivo con el título Bestiario fantástico, surgido del taller de escritura de Bernardo Ruiz, en el cual se incorporan minificciones inscritas en todas las tradiciones señaladas en este breve recuento, desde el tono ominoso y apocalíptico hasta las alegorías irónicas de una cotidianidad paradójica.
En términos generales, los textos de la tradición apocalíptica o fabulística adoptan un tono hierático, a veces poético, casi urgente, en ocasiones oracular, como el presagio de algo irrevocable y definitivo. Y por su parte, los textos de la tradición irónica son cuentos fantásticos escritos como alegorías de la lectura, del transcurso del tiempo o de las debilidades humanas. En estos cuentos el narrador se apropia de una situación cotidiana para transformarla en una bola de cristal donde se puede observar, como en un aleph, cualquier otra situación igualmente cotidiana (la del lector). Estos textos son espejos anamórficos que devuelven a sus lectores una imagen a la vez extraña y familiar. En ellos parece responderse a la pregunta por la identidad de los personajes, señalando nuestra condición animal, a la vez finita y compleja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario